-El Hosanna que ni nos habíamos atrevido a soñar Luminoso Domingo de Ramos que ponderó las dosis de alegría y elegancia. Una fiesta colectiva en la que decenas de miles de personas recibieron a Jesús. Cuenca estrenó una Semana Santa que promete-
Como si fuera una bandera alzándose en Iwo Jima, el guión de Nuestra Padre Jesús Entrando en Jerusalén y la Virgen de la Esperanza se irguió triunfante tras abrirse las puertas de San Andrés. La Banda de Música de Cuenca empezó a interpretar para los imágenes ‘Costalero', la composición que sonó el año pasado en el interior de la iglesia tras la suspensión y a cuyo son habían bailado los dos pasos un intento de atrapar un instante del desfile negado por la lluvia. Fue, más que una marcha, toda una declaración de intenciones. Un ‘Decíamos Ayer', para proclamar que se continuaba lo que no se hubiera querido nunca interrumpir. Y que las lágrimas de marzo de 2013 habían servido para regar el deseo de configurar una procesión inolvidable a la siguiente oportunidad que diera el cielo.
Lo fue. En la víspera, cualquier nazareno hubiera firmado el resultado del desfile de este año. Los planes y sueños tantas veces desgranados en las tertulias encontraron su espejo en este Domingo de Ramos. Es más, la realidad los superó con creces ofreciendo momentos que ni siquiera nos hubiéramos atrevido a pedir o imaginar. Como esas mañanas del Día de Reyes en las que los detalles y las sorpresas acababan por superar sin mesura las expectativas fijadas en la carta escrita a Sus Majestades.
El día lo tuvo todo. Lo primero, un cielo azul intenso, de ese color que las grandes ciudades perdieron para siempre. Apenas nubes, todas blancas, y un sol que primero saludó tímidamente y luego ya cogió confianza para sin disimulos llenar la mañana de luz y calor.
Con esos mimbres se pudo tejer todo lo demás. El cortejo fue brillante y solemne, ponderadas las dosis de alegría y elegancia. Todo se hizo como se tenía que hacer, sin prisas ni renuncias, pero eso no fue obstáculo para cumplir escrupulosamente los horarios. Incluso se acabó unos minutos antes de las 13,30 horas, cuando estaba prevista la Eucaristía final.
Decenas de miles de personas vieron la procesión.
Decenas de miles de personas asistieron al hermoso espectáculo. La presencia numerosa de público fue una constante de todo el recorrido salvo las excepciones de algunas zonas del Casco Antiguo en la parte inicial y de buena parte de la calle Calderón. Impresionante fue la muchedumbre que abarrotó la Plaza Mayor.
El ambiente fue de fiesta mayor. Día de estrenos y de reencuentros. La ciudad sonreía. Estaban todos: los que están siempre; los que se fueron y han vuelto; y hasta los que por vez primera agitaban en Cuenca una palma o una rama de olivo contagiándose del entusiasmo general.
Los primeros instantes fueron, no obstante, más íntimos. La Banda de Trompetas y Tambores marcaba con su marcial presencia y sus marchas de aires sureños las coordenadas para los banceros de La Borriquilla, que jamás cejaron de llevar su paso al ritmo que exige el pasaje evangélico conmemorado: alegre, enérgico con un baile cuya intensidad fueron modulando. Claveles rojos y detalles de olivos y palmas en su decoración floral. Cuando Jesús bajaba por la Plaza de El Salvador no parecía una escultura o una estatua inerte. Parecía un hombre caminando a lomos de un asno, como tantos otros se veían hace no tantas décadas por estos barrios. Un hombre, eso sí, que irradiaba una Majestad especial, desconocida.
Dos Escolanías
La llegada al Convento de las Monjas Concepcionistas de la Puerta de Valencia fue un hito del trayecto. Allí los niños de la Escolanía de la Ciudad de Cuenca, dirigida por Carlos Lozano, se estrenaban como parte musical de la procesión regalando su inocencia hecha música a Jesús y a su Madre.
Hubo muchos nazarenos en las filas. Mucha túnica blanca y palma convirtiendo esta castellana y seca tierra en un vergel. Esta es una de las hermandades que más ha crecido y todo apunta que lo seguirá haciendo: nutrida presencia de niños, algunos muy pequeños.
A ellos se les unieron en San Esteban (lugar clave en el trayecto y la historia de la procesión) decenas de niños de la catequesis de esta parroquia junto a monjas de las Esclavas Carmelitas de la Sagrada Familia. Otros integrantes del pueblo fiel acabarían por acompañarlos.
La intensidad en los sentimientos se fue acumulando y elevando. Como cuando las trompetas y tambores tocaron ya por la zona céntrica un Caridad del Guadalquivir que elevaba el alma o cuando la Virgen entraba en la antigua Parada de los Taxis al son de Nuestro Padre Jesús. La Madre iba cuajada de tonos rojos y morados y estrenaba un manto de ese tono penitencial donado y diseñado por Eduardo Ladrón de Guevara y confeccionado en un taller de Écija (Sevilla).
Otras voces infantiles le cantaron a ella y a su hijo tras superar el Puente de la Trinidad, al lado de Palafox. La Escolanía de Nuestra Señora de la Soledad de San Agustín que dirige Juan Pablo de Haro cantó en esta procesión que ensalza la patria de la infancia. Es una catequesis viviente que con sus canciones y gestos recuerda aquellas palabras "Hay que ser hacerse niños para entrar en el Reino de los Cielos".
Niños también, los hijos e hijas de algunos banceros, vivieron un momento especial cuando sus padres los tomaron en brazo y compartieron con ellos un pequeño tramo de ascenso por Palafox. Manos y manitas compartiendo horquilla. Hay legados que no se pagan con dinero.
El ascenso de la Virgen al son de ‘La Quinta Angustia' por las cuestas de la Audiencia debería incluirse en la antología de cómo se debe llevar un paso. Espectacular. Sobrio. Impetuoso. Para capturarlo en las retinas. Y es que la subida en general fue, en ambos pasos, un momento de culminación no sólo en lo geográfico.
En San Felipe Neri aguardaban al cortejo los miembros de la Corporación Municipal con el alcalde, Juan Ávila, a la cabeza y también el obispo, José María Yanguas, que se unieron a partir de ese punto. El prelado tomó las palabras y animó a los presentes a participar en este rito y no quedarse sólo con lo externo. Luego, ante un gran silencio, bendijo las palmas y ramas de olivo. El diácono Matías Romero leyó el pasaje evangélico que relata la entrada de Jesús en Jerusalén y de esta manera comenzaba la liturgia que luego tendría su continuidad en la Misa Estacional en la Catedral.
La representación religiosa hasta ese momento había correspondido al consiliario de la hermandad, Manuel Romanos, que aunque actualmente ahora vive en Zaragoza no ha perdido los vínculos semansanteros, especialmente con las cofradías con sede en la Parroquia de Santa Ana.
Los últimos metros fueron auténticos fuegos artificiales de sentimiento nazareno. Música. Aroma. Colores. Arquitectura. Pasos. Oraciones. El rezo unido de un pueblo que ante el dolor que se aproxima anticipa la gloria del que se proclama feliz. Pétalos de flores llovieron desde la balconada de la Casa Consistorial.
La entrada a la Plaza fue gigantesca en forma y fondo, como los últimos esfuerzos de unos banceros ya cansados por salvar las escaleras de la Catedral. El templo acogió la misa del día a a la que, además de las autoridades que iban a la procesión, asistió la consejera de Fomento, Marta García de la Calzada junto al presidente provincial, Benjamín Prieto, y el delegado de la Junta, Rogelio Pardo.
Las capillas de la gran iglesia de la Diócesis se unieron a la gran fiesta. Esto no podía haber comenzado mejor. Promete la Semana Santa de Cuenca 2014.
POR VOCES DE CUENCA. (J.J. Dominguez)